¡N O M E P O N G A S L I M I T E S, H A Y M U C H A S V O C A C I O N E S, M U C H A S…!
Estábamos demasiado “emparentados” con una sola verdad, y además, absoluta, y eso nos ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos. Por fortuna hemos pasado página y, pese a quien le pese, la verdad, ya no es absoluta, siempre está en camino en busca de la verdad.
Esto lo podemos aplicar muy bien a la “vocación”. Dice el diccionario que una “vocación” es: “Inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida”.
Basta mirar atrás, quizás a nuestra propia historia, y descubrir que “ese interés que una persona siente en su interior” era relegado, muchas veces, muchas, muchas veces, por el “interés” familiar, social, hereditario, amenazador, o caprichoso, de otros, de las circunstancias en la que uno crecía… de aquellos quienes por encima de ti definían sus propios intereses a tus propios intereses vocacionales. Así de esta manera te elegían profesión u oficio, esposo-a y casamiento, ser clérigo, soldado, soltera, o amante… pero la “vocación particular” poco o nada tenía que ver con la obediencia patriarcal.
Aun hoy, muchos y muchas se siguen escandalizando ante ciertas opciones personales de algunos de sus allegados cuando estas o estos, en aras de la madurez social y personal a la que hemos llegado, rompen paradigmas y abanderan una “vocación individual” que saca de las casillas a más de uno.
Sucede esto mucho, por ejemplo, con la vocación a la familia, la vocación a la pareja, la vocación a los hijos. Es hoy tan amplia la combinación de posibilidades personales, ¡tan maravillosa!, que a pesar de todo, muchos y muchas, aun entre quienes están leyendo esto, se muestran escandalizados y anclados en una férrea terquedad de “que todo tienen que ser como siempre fue”.
Pero las cosas ya no funcionan así ni en el tema profesional, ni humano, y esto lo tiene que entender la familia misma y las instituciones en general, que hoy se puede vivir con vocaciones personales muy diferentes, por ejemplo: la vocación sí, hacia la maternidad-paternidad, pero no hacia la pareja; la vocación de pareja, pero no de paternidad o maternidad; la vocación de amar hijos ajenos, pero no propios; la vocación a tener muchos hijos; la vocación a vivir solo, sin apego a nadie.
Es tan amplio e importante el abanico de la diversidad vocacional, que para muchos adultos es aún un camino difícil de recorrer sin caer en la tentación de ver mal y no querer entender el sentir particular de los jóvenes hacia una profesión, un etilo de vivir, o la forma de compartir su persona. Detrás de dicho camino hay una vocación particular que trata de identificar lo mejor con el “sentir interior”, pese a quien le pese. Y, sin lugar a duda, la sociedad tiene aquí una gran tarea, lo mismo familia, y… las mujeres, las madres en particular, que por lo general, muchas, son perpetuadoras de sus desgracias, encasillando, equivocadamente, la vocación de sus hijos en roles que, ellas mismas saben, han sido un fracaso.
Hoy los hijos a medida que se vuelven más persona, se vuelven más seguros de sí mismos y por lo tanto de la vocación que eligen. El papel del adulto, al margen de tradiciones, religiones, costumbres, qué dirán… está la de ser presencia, muchas veces callada, pero siempre fiel, ante el camino vocacional de un hijo-a que, puede ser eterno o temporal, pero siempre será su camino. Asustarse, rasgarse las vestiduras, oponerse, cerrar la puerta es, dar por perdida a una vida dentro de nuestra vida, y, eso, también es un aborto provocado.